MARÍA, MADRE DE DIOS Y MADRE DE MISERICORDIA
Conclusión de la Encíclica «Veritatis Splendor», sobre algunas cuestiones fundamentales de la Enseñanza Moral de la Iglesia. Dado en Roma, junto a san Pedro, el 6 de agosto —fiesta de la Transfiguración del Señor— del año 1993, décimo quinto de mi Pontificado. Al concluir estas consideraciones, encomendamos a María, Madre de Dios y Madre de misericordia, nuestras personas, los sufrimientos y las alegrías de nuestra existencia, la vida moral de los creyentes y de los hombres de buena voluntad, las investigaciones de los estudiosos de moral. María es Madre de misericordia porque Jesucristo, su Hijo, es enviado por el Padre como revelación de la misericordia de Dios (cf. Jn 3, 16-18). Él ha venido no para condenar sino para perdonar, para derramar misericordia (cf. Mt 9, 13). Y la misericordia mayor radica en su estar en medio de nosotros y en la llamada que nos ha dirigido para encontrarlo y proclamarlo, junto con Pedro, como «el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Ningún pecado del hombre puede cancelar la misericordia de Dios, ni impedirle poner en acto toda su fuerza victoriosa, con tal de que la invoquemos. Más aún, el mismo pecado hace resplandecer con mayor fuerza el amor del Padre que, para rescatar al esclavo, ha sacrificado a su Hijo 181: su misericordia para nosotros es redención. Esta misericordia alcanza la plenitud con el don del Espíritu Santo, que genera y exige la vida nueva. Por numerosos y grandes que sean los obstáculos opuestos por la fragilidad y el pecado del hombre, el Espíritu, que renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104, 30), posibilita el milagro del cumplimiento perfecto del bien. Esta renovación, que capacita para hacer lo que es bueno, noble, bello, grato a Dios y conforme a su voluntad, es en cierto sentido el colofón del don de la misericordia, que libera de la esclavitud del mal y da la fuerza para no volver a pecar. Mediante el don de la vida nueva, Jesús nos hace partícipes de su amor y nos conduce al Padre en el Espíritu. Esta es la consoladora certeza de la fe cristiana, a la cual debe su profunda humanidad y su extraordinaria sencillez. A veces, en las discusiones sobre los nuevos y complejos problemas morales, puede parecer como si la moral cristiana fuese en sí misma demasiado difícil: ardua para ser comprendida y casi imposible de practicarse. Esto es falso, porque —en términos de sencillez evangélica— consiste fundamentalmente en el seguimiento de Jesucristo, en el abandonarse a Él, en el dejarse transformar por su gracia y ser renovados por su misericordia, que se alcanzan en la vida de comunión de su Iglesia. «Quien quiera vivir —nos recuerda san Agustín—, tiene en donde vivir, tiene de donde vivir. Que se acerque, que crea, que se deje incorporar para ser vivificado. No rehuya la compañía de los miembros». Con la luz del Espíritu, cualquier persona puede entenderlo, incluso la menos erudita, sobre todo quien sabe conservar un «corazón entero» (Sal 86, 11). Por otra parte, esta sencillez evangélica no exime de afrontar la complejidad de la realidad, pero puede conducir a su comprensión más verdadera porque el seguimiento de Cristo clarificará progresivamente las características de la auténtica moralidad cristiana y dará, al mismo tiempo, la fuerza vital para su realización. Vigilar para que el dinamismo del seguimiento de Cristo se desarrolle de modo orgánico, sin que sean falsificadas o soslayadas sus exigencias morales —con todas las consecuencias que ello comporta— es tarea del Magisterio de la Iglesia. Quien ama a Cristo observa sus mandamientos (cf. Jn 14, 15). María es también Madre de misericordia porque Jesús le confía su Iglesia y toda la humanidad. A los pies de la Cruz, cuando acepta a Juan como hijo; cuando, junto con Cristo, pide al Padre el perdón para los que no saben lo que hacen (cf. Lc 23, 34), María, con perfecta docilidad al Espíritu, experimenta la riqueza y universalidad del amor de Dios, que le dilata el corazón y la capacita para abrazar a todo el género humano. De este modo, se nos entrega como Madre de todos y de cada uno de nosotros. Se convierte en la Madre que nos alcanza la misericordia divina. María es signo luminoso y ejemplo preclaro de vida moral: «su vida es enseñanza para todos», escribe san Ambrosio, que, dirigiéndose en especial a las vírgenes, pero en un horizonte abierto a todos, afirma: «El primer deseo ardiente de aprender lo da la nobleza del maestro. Y ¿quién es más noble que la Madre de Dios o más espléndida que Aquella que fue elegida por el mismo Esplendor?» 184. Vive y realiza la propia libertad entregándose a Dios y acogiendo en sí el don de Dios. Hasta el momento del nacimiento, custodia en su seno virginal al Hijo de Dios hecho hombre, lo nutre, lo hace crecer y lo acompaña en aquel gesto supremo de libertad que es el sacrificio total de su propia vida. Con el don de sí misma, María entra plenamente en el designio de Dios, que se entrega al mundo. Acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender (cf. Lc 2, 19), se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cf. Lc 11, 28) y merece el título de «Sede de la Sabiduría». Esta Sabiduría es Jesucristo mismo, el Verbo eterno de Dios, que revela y cumple perfectamente la voluntad del Padre (cf. Hb 10, 5-10). María invita a todo ser humano a acoger esta Sabiduría. También nos dirige la orden dada a los sirvientes en Caná de Galilea durante el banquete de bodas: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5). María comparte nuestra condición humana, pero con total transparencia a la gracia de Dios. No habiendo conocido el pecado, está en condiciones de compadecerse de toda debilidad. Comprende al hombre pecador y lo ama con amor de Madre.Precisamente por esto se pone de parte de la verdad y comparte el peso de la Iglesia en el recordar constantemente a todos las exigencias morales. Por el mismo motivo, no acepta que el hombre pecador sea engañado por quien pretende amarlo justificando su pecado, pues sabe que, de este modo, se vaciaría de contenido el sacrificio de Cristo, su Hijo. Ninguna absolución, incluso la ofrecida por complacientes doctrinas filosóficas o teológicas, puede hacer verdaderamente feliz al hombre: sólo la Cruz y la Gloria de Cristo resucitado pueden dar paz a su conciencia y salvación a su vida. María, Madre de misericordia, cuida de todos para que no se haga inútil |
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ROSARIO DE ALABANZAS A LA SANTISIMA VIRGEN EN DESAGRAVIO DE LAS BLASFEMIAS
OFRECIMIENTO Oh María, Madre mía Inmaculada! deseando desagraviaros de las ofensas que recibe vuestro Purísimo Corazón especialmente de las blasfemias que se dirigen contra Vos, os ofrezco estas alabanzas con el fin de consolaros por tantos hijos ingratos que no os aman y consolar el Corazón de Vuestro Divino Hijo a quien tanto ofenden las injurias dirigidas contra Vos. Dignaos Dulcísima Madre Mía, recibir este pobre obsequio, haced que os ame cada día más y mirad con ojos de misericordia a esos desgraciados para que no tarden en arrojarse en vuestros maternales brazos. Amén -Dígnate que te alabe Virgen Sagrada. ALABANZAS Bendita sea la excelsa Madre de Dios María Santísima. Madre mía, te amo por los que no te aman, te alabo por los que te blasfeman, me entrego a Ti por los que no te quieren reconocer por Madre. Recitar un Salve |
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LA VIRGEN MARÍA, TRONO DE SABIDURÍA
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«Dios vino al mundo por medio de Maria. Y por medio de Maria debemos de ir hasta El»
(S. Luis Maria Grignón de Monfort)
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María, Madre de Dios y Madre nuestra. Tu has querido hacer de Lourdes, un lugar de esperanza y curación física y espiritual para todos tus hijos.
Te pedimos por nuestros enfermos. Tu Madre los conoces a todos, personalmente, a cada uno de ellos,,,,,
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El Adviento es un camino hacia Belén. Dejémonos atraer por la Luz de Dios hecho Hombre. (Papa Francisco)
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Madre¡¡¡ como quieres que Reparemos las ofensas que se le hacen a Tu Hijo,,,, nos abrazas con tanto AMOR¡¡¡. En la soledad de nuestro caminar Tu nos sostienes,,, nos acompañas,,, nos sonríes,,,Madre si descansamos en Tu Corazón, nos lleva directo al AMOR DE TU HIJO pero de un salto,, cuanto nos AMAS MADRE¡¡¡
El Rosario es un puente hacia el Cielo. (Concha)
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Dice Teresita del Niño Jesús «La Santísima Virgen me demuestra que no esta enfadada conmigo: Nunca deja de protegerme en cuanto la invoco. Si me sobreviene una inquietud o me encuentro en un aprieto, me vuelvo rápidamente hacia Ella, y siempre se hace cargo de mis intereses como la mas tierna de las madres».
Que verdad mas grande¡¡¡¡
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La Reina de la Esperanza es Maria
La Reina de la Alegria es Maria
La Reina del Abandono es Maria
La Reina de la Paz es Maria
La Reina de la Fe es Maria
La Reina de Amor en Maria
La Reina de la Espera y Paciencia es Maria
La Reina de la Entrega es Maria
La Reina de la Humildad es Maria y Jose. (Concha P.)
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Una Virgen me encontre encima de un contenedor, abandonada, con su Niño en los brazos, toda negra, pobrecita de porqueria y mal olor.
Esa Virgen que nadie quiso, la tengo yo.
Me dio pena dejarla, abandonada en su dolor, no pude pasar de largo, y ante Ella me pare, ¿como voy a dejarte Madre en un contenedor…?.
Con dolor senti en mi corazón: «Llévame contigo hija, que hace años unas manos, con un trozo de tela de saco y alambre me hicieron con mucho amor…»
Cuantos te echan de su corazón, Madre de los Dolores, lo cierran, no oyen Tu llamada…, otros convierten su cuerpo en basura y te llevan de cualquier manera,colgada , mofándose a veces, en medio de la impureza mas absoluta. Concha Puig
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«Con su amor de Madre cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros hasta que lleguen a la patria feliz. Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (Lumen gentium, 62).
(A. en Cristo).
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En Maria la conciencia de que cumpla una misión que Dios le había encomendado atribuía un significado mas alto a su vida diaria. Los sencillos y humildes quehaceres de cada día asumían,a sus ojos, un valor singular, pues los vivía como servicio a la misión de Cristo.
El ejemplo de Maria ilumina la experiencia de tantas mujeres que realizan sus labores diarias exclusivamente entre las paredes del hogar. Se trata de un trabajo humilde, oculto, repetitivo que, a menudo, no se aprecia bastante. Con todo, los muchos años que vivió Maria en la casa de Nazaret revelan sus enormes potencialidades de amor autentico y por consiguiente, de salvación. En efecto, la sencillez de la vida de tantas amas de casa, que consideran como misión de servicio y de amor, encierra un valor extraordinario a los ojos de Dios. (Juan Pablo II).
(A. en Cristo)—-
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En Maria, LLENA DE GRACIA, la Iglesia ha reconocido a la «toda santa, libre de toda mancha de pecado, (…) enriquecida desde el primer instante de su concepción con una resplandeciente santidad del todo singular» (Lumen gentium, 56).
La Concepcion pura e inmaculada de la Virgen aparece así como el inicio de la nueva creación. Se trata de un privilegio personal concedido a la mujer elegida para ser la Madre de Cristo, que inaugura el tiempo de la gracia abundante, querido por Dios para la humanidad entera.
Esta doctrina, recogida en el mismo siglo VIII por S. German de Constantinopla y por S. Juan de Damasceno, ilumina el valor de la santidad original de Maria, presentada como el inicio de la redención del mundo. (Juan Pablo II). ( A. en Cristo)
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