Si uno observa las declaraciones últimas de Rodríguez Zapatero da la impresión de que lo que más le preocupa a la máxima autoridad de la nación es la Iglesia católica. No hay nada más clerical que un comecuras, lo sé, pero llama la atención la obsesión moralista de ZP y de su Gobierno.

Aunque, si lo piensan bien, la obsesión anti-eclesial es muy sencilla es lógica: nadie imputa una duda, sino una certeza, de la misma forma que el mal no es lo contrario del bien, sino su ausencia, de la misma forma que la nada no es lo contrario de la existencia, sino la ausencia de ser.

Pero los progres son muy maniqueos, así que gustan de alabar la duda, que nada explica ni a nadie consuela, con tal de arremeter contra la certeza, contra “los que se sienten en posesión de la verdad».

Ahora bien, todo ello explica la obsesión gubernamental contra la Iglesia. Es decir, explica el anticlericalismo. Lo que no explica es la cristofobia, especialmente en un país como España, en el que el 75% se dice católico mientras la Iglesia es una de las instituciones peor valoradas. La explicación más primaria de esta aparente contradicción sería muy sencilla: el católico español quiere hacer una religión a la carta, y así, por la misma razón que hay quien cree más en el Cielo que en el Infierno, preferimos creer en el Dios-Padre que en el “regulador” humano que le recuerda sus deberes. Ya se sabe que el Dios que no se ve nunca humilla: el que humilla es el cura al que sí se ve.

Ahora bien, insisto en que la cristofobia rampante, la blasfemia mantenida hasta la náusea, la obsesión cristofóbica que nos envuelve, van más allá de la mera aversión interesada al dogma, a la Iglesia: tiene algo de demoníaco. Dicho de otra forma: no justifico, pero entiendo que odien a la Jerarquía eclesiástica, forma parte de la tradición, pero no entiendo el odio a Cristo. Al menos, no entiendo el odio a Cristo no inducido.

Eulogio López