Montanismo

Herejía de fondo moral ascético, en la que se vio también implicado Tertuliano. Montano, natural de la Frigia, convertido hacía poco al cristianismo del culto de Cibeles, se consideraba como si fuera el ministro del Espíritu Santo, del que decía tener visiones y revelaciones. No enseñaba una verdadera gnosis; aceptaba de buen grado todo cuanto la revelación le proponía como un hecho incontrastable y no se entregaba a puras especulaciones, como era costumbre entre los gnósticos. Su ideal era, mas bien, práctico y exclusivamente ético. En espera de la inminente parusía del Señor y de la aparición de la Jerusalén celeste, los cristianos no podían sentarse en cómodas poltronas; todo lo contrario, debían prepararse para el gran acontecimiento con una conducta austera, una ascesis en la que tuviese lugar de preferencia el Espíritu Santo y las funciones de la carne quedasen reducidas a lo más indispensable. Por lo mismo, nada de matrimonio, nada de placeres carnales, nada de afectación ni de cargos, sino sacrificio pleno y consciente en espera de la gran hora. Durante este tiempo de espera los cristianos debían dedicarse al ayuno y no caer en ningún pecado puesto que, después del bautismo, según Montano, ninguna culpa podía ser perdonada. Era, por tanto, el movimiento Montano un movimiento espiritual, una reforma moral; todo esto hubiera sido muy bello y muy hermoso si no hubiese pretendido completar la revelación cristiana diciendo que recibía como revelación de lo alto aquello que simplemente era fruto fantástico de su imaginación.

La predicación de Montano no cayó en el vacío. En torno a él comenzó a formarse un pequeño grupo de fieles; dos mujeres, Maximila y Prisca, que se llamaban a sí mismas profetisas, dejaron plantados a sus maridos y se entregaron al servicio del asceta frigio; poco después el pequeño grupo comenzó a crecer y se extendió hasta Asia como una epidemia. De Asia el movimiento se esparció también por Occidente. Los mártires lioneses escribieron al Papa, desde la prisión, para que condenara sin contemplaciones a los nuevos herejes. Hubo comunidades montanistas en Roma y Cartago, donde Tertuliano fue portaestandarte y víctima a la vez.

El montanismo se fue extinguiendo por sí mismo en la primera mitad del siglo III.

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