Iconoclastas

La lucha contra el culto de las imágenes tuvo en Oriente dos fases. La primera fue promovida, y con bastante violencia, por el emperador León III el Isáurico, el año 725 con una serie de edictos que proscribían el culto y el uso de las imágenes de los santos y de los ángeles, de Cristo y de la Virgen; acabó esta fase con la muerte del emperador León IV, el año 780. A una fanática destrucción de todo un patrimonio artístico y religioso, expresión viva de la piedad popular, siguió una reacción no menos enérgica por parte de San Germán, patriarca de Constantinopla, depuesto por el emperador el año 730, y de San Juan Damasceno, los cuales, con sus escritos, no sólo refutaron la acusación de idolatría lanzada contra la Iglesia, sino que explicaron además la legitimidad y la naturaleza del culto a las imágenes; otros obispos orientales y el Papa Gregorio III condenaron el iconoclastismo. A la lucha contra las imágenes, siguió bien pronto la persecución que contó con no pocos mártires. Constantino V Coprónimo (741-775) continuó la obra de su padre; lo mismo hizo León IV (775-780), si bien este último estuvo mejor dispuesto a un restablecimiento de la paz, gracias a las instigaciones de su mujer Irene, la cual, una vez que se quedó viuda y emperatriz, convocó de acuerdo con el Papa Adriano I y con el patriarca de Constantinopla, San Tarasio, el II Concilio de Nicea (VII ecuménico), el año 787.

En este Concilio se definió la legitimidad del culto a las imágenes y se condenó el error iconoclasta en estos términos: «Decidimos restablecer, junto a la Cruz preciosa y vivífica de Cristo, las santas y venerables imágenes: o sea, las imágenes de Nuestro Señor Jesucristo, Dios y Salvador, la de Nuestra Señora Inmaculada, la santa Madre de Dios, la de los honorables ángeles y de todos los píos y santos personajes, puesto que más se pensará en ellos a través de las imágenes que los representan y más, aquellos que los contemplan, se sentirán excitados al recuerdo y al deseo de imitarlos; decidimos rendirle un homenaje y adoración de honor, no ese culto de latría que proviene y que compete sólo a Dios, sino de honor, ese honor y veneración que se presta a la Cruz preciosa, a los santos Evangelios y a los objetos sagrados; decidimos también encenderles incienso en su honor y encenderles velas, como era costumbre entre los antiguos cristianos. Puesto que el honor rendido a la imagen se traspasa al prototipo que representa y el que venera la imagen venera la persona que la imagen representa».

La segunda fase iconoclasta duró acerca de 30 años, desde 815 al 842 y fue promovida por León el Armenio (813-820) y continuada por Miguel el Balbuciente (820-821) y por Teófilo (829-842). Puso fin a esta fase la emperatriz Teodora, viuda de Teófilo, y así el primer domingo de cuaresma del año 843 fue solemnemente celebrada en Santa Sofía de Constantinopla la primera fiesta de las imágenes o fiesta de la Ortodoxia, que todavía dura hoy en la Iglesia oriental.

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