Orar con María Magdalena (P. Pedro Barrajón l.c.)

Queridos en Jesucristo, les paso una sencilla reflexión del período de Pascua. Afectísimo en Cristo, P. Pedro Barrajón l.c.

Orar con María Magdalena

            El período de la resurrección nos presenta los pasajes del Evangelio donde aparece la figura de María Magdalena a la cual se aparece el Señor resucitado en varias ocasiones. La presencia en la vida de Jesús de esta mujer de Mágdala de la que él mismo había expulsado, según nos dice el Evangelio de San Lucas, siete demonios, nos llena el corazón de alegría y esperanza. Más allá de la posible identificación de esta mujer con María de Betania, como hace la tradición occidental, lo que nos dicen los pasajes de la resurrección es que ella sin duda ninguna ella recibió el privilegio de ser una de las primeras personas a las que aparece el resucitado.

            El Evangelio de San Juan relata que “el primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro” (Jn 20, 1). Es el domingo, el primer domingo de la historia. Jesús ya ha resucitado pero sus discípulos no lo sabían; tampoco lo sabía María Magdalena. Muchas veces puede pasar en nuestra personal y en la historia de la humanidad algo parecido. Jesús está ahí, ya resucitado, pero para nuestro corazón todavía es de noche: “todavía estaba oscuro”. A veces nuestra oración parece toda oscuridad pero ya el alba del nuevo día está despuntando. María Magdalena también ora en este momento de oscuridad. Ella quiere estar al lado del cuerpo del Señor. Aunque es todavía de noche en su corazón por la muerte de su Señor, ella ora. Ora a su modo. Habla con su Señor. Evoca los encuentros tenidos con Él. Vuelve a presentar ante su memoria aquellos gestos que hicieron surgir en su vida la experiencia de un amor apasionado y de una vida nueva.

            Cuando María llega “ve la piedra quitada del sepulcro”. El gran obstáculo para entrar era esa gran piedra que los sumos sacerdotes habían mandado poner como protección del sepulcro. Cuando ella llega, la piedra no cubre la entrada del sepulcro. En nuestras vidas a veces se presentan “grandes piedras” cuyo peso nos parece aplastarnos. Son obstáculos superiores a nuestra fuerza. Sin embargo, a veces sucede que cuando nuestra preocupación alcanza su clímax, ya el obstáculo ha desaparecido, gracias al poder de Dios. Él es el verdaderamente fuerte y poderoso. Nuestra debilidad se debe apoyar en Él. Solos nada podemos. Con él somos fuertes: “Todo lo puedo en Aquel que me da fuerza” (Fil 4, 13), decía San Pablo. En la oración se experimenta la propia debilidad y la fuerza de Dios. La vida lleva consigo situaciones en las que el hombre se experimenta débil e impotente. Pero es entonces cuando actúa la fuerza de Dios.

            María Magdalena todavía no había comprendido todo. Ella solamente “ve la piedra quitada”. No sabe quién ha sido. No sabe que Jesús ha resucitado. Por el momento sólo ve un signo, que hace surgir en su corazón un tenue hilo de esperanza. También en nuestras vidas puede suceder que aquello que parecía aplastarnos, desaparece de modo misterioso. Son los milagros silenciosos que Dios opera en tantas almas, sin que se publiquen, pero ahí están. Muchas piedras quitadas del sepulcro. Muchas esperanzas encontradas a través de la oración, una oración sencilla, humilde, espontánea, confiada, toda impregnada de fe y de amor.

            Finalmente María Magdalena, viendo estos signos se echa a correr y va a ver a Simón y Juan. Ha comprendido algo pero no todo. Quiere estar segura. Va con los apóstoles para confirmar con ellos lo que ha visto. Sin saberlo María Magdalena está intuyendo la garantía que da el sello apostólico a nuestras experiencias espirituales. Ante signos especiales la Iglesia está ahí para ayudar a discernir, para comprender junto con nosotros y con su autoridad la voluntad del Señor.

            Finalmente, María Magdalena se queda fuera del sepulcro llorando. Ella habla con su Señor y expresa ahora su amor con el llanto. ¡Cuántas veces también el llanto será en nosotros una auténtica forma de oración! María llora porque cree que se han llevado a su Señor. María llora por amor y a causa del amor. La oración nos ayuda a amar y por eso nos enseña a veces a llorar de amor: amor que ha sido herido por nuestros pecados; amor que quisiera amar más y siente el propio límite; amor que quisiera ya romper el velo de la distancia de la fe. Ahí está María Magdalena llorando fuera de la tumba. Pero la tumba está vacía y el Señor ya no está dentro de la fría roca, sino al lado de María, silencioso y discreto, escuchando las súplicas de ese corazón que tanto lo ama.

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