II Domingo de Pascua – Domingo de la Misericordia
8 de abril de 2018
Evangelio de Jesucristo según S. Juan 20, 19-31
Comentario
“La misericordia de Dios llena la tierra” (Salmo 32). Esta experiencia de la misericordia de Dios que el creyente del Antiguo Testamento expresaba en este salmo, llega a su plenitud en Cristo Resucitado. Ciertamente Dios que resucitó a Cristo de entre los muertos llena la tierra entera de su misericordia, una misericordia que asume la humanidad con sus grandezas y miserias y la integra en su divinidad, la catapulta a lo sublime.
En este Evangelio que hoy leemos en la misa, vemos cómo Cristo Resucitado y Glorioso muestra en las dos apariciones sus llagas, signo de su terrible pasión. Sin embargo Dios ha transformado esas llagas; ya no son signo de sufrimiento sino que se han trasformado en señal de salvación, de victoria y ahora son el testimonio palpable del triunfo definitivo de la vida y del amor de Dios, sobre el odio y la muerte.
Son llagas que han vivido un proceso de perdón heroico: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc. 23,34); llagas que han superado el propio dolor para estar en la necesidad del otro: “te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23,43), son llagas que han sido presentadas al único que puede sanar todas las heridas, aun las más profundas: “Padre a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23,46). Son llagas resucitadas y gloriosas, capaz de ser palpadas y que en su contacto producen fe y amor: “Señor mío y Dios mío”.
Aquí podemos contemplar la inmensa misericordia de Dios que no tiene repugnancia en introducirse de lleno en nuestro dolor, en nuestras miserias, nuestros fracasos, para darnos vida, felicidad llena de plenitud.
Dios en Cristo Jesús no oculta la historia del hombre, por muy miserable que parezca. Dios asume la historia de cada hombre, asume ese pecado clavado en el alma: “tengo siempre presente mi pecado” (Salmo 50,5), asume la maldad y la injusticia, asume la enfermedad despiadada y destructiva del corazón humano: “nada más enfermo que el corazón del hombre” (Jr. 17,9). Dios no oculta nuestra historia sino que la diviniza, la glorifica y transforma en testimonio de vida y amor.
Por eso Cristo Resucitado es la expresión más perfecta de la misericordia de Dios que llena la tierra entera.
El Resucitado nos invita a todos, como un día invitó al incrédulo Tomás, a tocar esas benditas llagas, a mirar de frente nuestra historia con todos sus fracasos y miserias, a entrar en nuestro corazón lleno de llagas tremendas, y desde allí mirar a Cristo victorioso y glorioso, Él ha vencido, Él transforma mi historia, Él convierte mis llagas en testimonio glorioso de su amor y de su misericordia que abarca cada repliegue de mi existencia.
Y así con esa humildad que ha transitado el camino de la verdad podré abrirme a la fe y decir con Tomás: “Señor mío y Dios mío” con plena confianza en las palabras del Señor: “el que cree en mí tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Cfr. Jn. 6,40)
Padre Walter