Evangelio según San Lucas 9, 1-6
En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles:
-«No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto. Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si alguien no os recibe, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa. »
Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes.
Reflexión P. Javier Mira:
- “No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto.” La misión que el Señor pide a los Apóstoles requiere el desprendimiento, la pobreza. El, desde su nacimiento lo vivió así. Al cumplirse la plenitud de los tiempos nace nuestro Señor Jesucristo.
Su nacimiento está narrado escuetamente por san Mateo y san Lucas. Sin embargo, los dos evangelistas no dejan de subrayar dos detalles: el lugar del nacimiento, Belén, y la pobreza y desamparo materiales que lo acompañaron. En este rato de oración vamos a fijarnos en ese ejemplo que nos da Cristo de desprendimiento de los bienes materiales.
En la Carta a los Filipenses escribe san Pablo: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombre” (Flp 2, 5-7). Pasando de la plenitud divina a la condición de siervo, Jesucristo quiere nacer en la pobreza, y nos enseña así cuál debe ser nuestra actitud ante los bienes materiales.
Esta actitud la describe muy bien el Concilio Vaticano II: “El hombre, redimido por Cristo y hecho en el Espíritu Santo nueva creatura, puede y debe amar las cosas creadas por Dios. Pues de Dios las recibe, y las mira y respeta como objetos salidos de la mano de Dios. Dando gracias por ellas al Bienhechor y usando y gozando de las creaturas con pobreza y libertad de espíritu, el hombre entra de veras en la posesión del mundo, como quien nada tiene y es dueño de todo. Todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios” (Gaudium et0 spes).
En una homilía nos decía el papa San Juan Pablo II: “Nuestro Padre celestial sabe bien que tenemos necesidad de diversas cosas materiales. Pero sepamos buscarlas y usarlas en conformidad con su voluntad. Los valores que se pueden “tener”, jamás debe convertirse en nuestro fin último. (…) Jamás hay que tender hacia los bienes materiales de esta manera, ni usarlos de ese modo, como si fuera un fin en sí mismo.”
- Jesucristo no sólo nos dio ejemplo de pobreza en su nacimiento en la gruta de Belén, sino también durante toda su vida. Las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza (Cfr. Mt 8, 20). Porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para que vosotros seáis ricos por su pobreza (1 Co 8, 9). En la encarnación Cristo se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, y nos dio la redención, que es fruto sobre todo de su sangre derramada sobre la cruz.
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos (Mt 5, 3). La pobreza en el espíritu, es decir, la pobreza cristiana, exige el desprendimiento de los bienes materiales y de una austeridad en el uso de ellos. La Sagrada Escritura no condena las riquezas en sí mismas, ni el poseerlas legítimamente; sí condena, en cambio, el apego a las mismas y el poner en ellas la confianza. La Iglesia, en relación con los bienes temporales, enseña que “el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás” (Gaudium et spes, n. 69).
Pero Jesucristo no aparece como un pordiosero: lleva una túnica buena, sin costura. Los soldados, después de crucificar a Jesús, recogieron sus ropas e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y además la túnica. La túnica no tenía costuras, estaba toda ella tejida de arriba abajo. Se dijeron entonces entre sí: -No la rompamos. Mejor, la echamos a suerte a ver a quién le toca (Jn 19, 23-24); sabe comportarse socialmente con distinción e incluso hace notar que no se han tenido con Él los detalles habituales de delicadeza. “Y vuelto hacia la mujer, le dijo a Simón: -¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella en cambio me ha bañado los pies con sus lágrimas y me los enjugado con sus cabellos. No me diste el beso. Pero ella, desde que entré no ha dejado de besar mis pies. No has ungido mi cabeza con aceite. Ella en cambio ha ungido mis pies con perfume” (Lc 7, 44-46).
