«Los templos de Cristo son las almas santas cristianas dispersas por todo el mundo.
Exultemos, porque se nos ha concedido la gracia de ser templo de Dios. Ese Dios que sin cansancio ha creado el cielo y la tierra por su Verbo, se ha dignado poner en ti su morada; por eso debes portarte de suerte que no ofendas a tan gran huésped.
Que el Señor nunca encuentre en ti, en su templo, nada sucio, oscuro o soberbio
Por consiguiente, hermanos, puesto que Dios ha querido hacer su templo en nosotros, y se ha dignado venir y habitar en nosotros, tratemos de alejar, con su ayuda, todo lo superfluo y acoger lo que nos puede favorecer.
Si actuamos de este modo, con la ayuda de Dios, entonces, hermanos,
podremos invitar al Señor al templo de nuestro corazón y de nuestro cuerpo».

Lectio Divina San Cesáreo de Arlés, Discursos, 229,2)