El saludo angélico a María

Queridos hermanos, una breve reflexión sobre el saludo angélico en este mes mariano. Muchas gracias. P. Pedro Barrajón. lc.

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La Anunciación, «El Greco»

 

   El saludo angélico a María (Lc. 1, 26-33)

26 En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27 a una Virgen, desposada con un hombre de la casa de David, llamado José. La Virgen se llamaba María. 28 Entrando en su presencia, dijo: “Te saludo, oh llena de gracia, el Señor es contigo”.

Estamos frente a uno de los textos más bellos de San Lucas y aún del Nuevo Testamento. Con gran sobriedad se refieren hechos maravillosos y extraordinarios. Nos encontramos ante una “virgen”, ante una doncella de un pequeño pueblo de Galilea. Sabemos su nombre, María. Sabemos también que está “desposada con José”, pero no sabemos mucho más. María esta joven de Nazaret, vivía como las muchachas de Israel, que albergaban el deseo de ser la madre del Mesías, de aquel enviado y ungido de Dios que habría de aplastar la cabeza de la serpiente. Pero aquel día María, quizá mientras oraba, una cosa nueva, extraordinaria, sobrenatural irrumpe en su vida cotidiana. Un ser angélico, enviado por Dios, el Arcángel Gabriel, viene a darla un mensaje, una buena nueva, a anunciarla un verdadero “evangelio”. Gabriel tiene ya de por sí un significado en su nombre: “Dios es fuerte”, “Dios es poderoso”. Él será el mensajero del poder divino, pero es un poder que viene a salvar y no a condenar, y que invade la historia de un modo imprevisto, llenando del propio poder a aquellos que parecen débiles: “Ha desplegado la potencia de su brazo, ha dispersado a los soberbios en los pensamientos de su corazón; ha derribado a los poderosos de los tronos, ha ensalzado a los humildes” (Lc. 1, 52-53). Es por esto que se sorprende María, que el poder divino la visite en la persona del Arcángel Gabriel, a ella que se consideraba solamente la humilde sierva del Señor.

Gabriel la saluda con la expresión  “Chaire”, que es una forma de saludo y que su traducción literal es: “Alégrate”. La alegría divina es anunciada a María, esa alegría que el mundo no comprende ni imagina, porque solamente capta la alegría “mundana” o carnal, que son fugaces, que pasan dejando en el alma más tristeza que verdadera alegría. En cambio la alegría de Dios es duradera, llega a la profundidad del espíritu, lo eleva y lo renueva, dándole esperanza. Y María, sintiendo la voz del Ángel, se alegra, se llena del aquel gozo que viene de las visitas divinas, y que pueden darse en lo cotidiano de la experiencia espiritual, o bien, en algunos especiales fenómenos místicos, donde la presencia divina se vuelve más intensa y francamente sensible.

Al inicial saludo angélico se une una especie de invocación que podría describir la profundidad del ser de María: “llena de gracia”, en griego: “Checharitomene”, aquélla que está llena de gracia. Parece como si el Ángel la quisiese dar una especie de nombre. La plenitud de la gracia significa que en la gracia divina, el amor salvífico, misericordioso y potente de Dios, alcanza la máxima expresión. Saber que ella está llena de gracia, cuánto nos consuela a nosotros, siempre necesitados de la gracia, y cómo nos ayuda a recurrir a Ella, en la cual la gracia se derrama sobreabundantemente sobre sus hijos. ¡Qué bello es poder contemplar una criatura humana como nosotros llena de la gracia de Dios, dando a su ser una belleza incomparable! Nos sorprende que la cima de la gracia haya sido dada a una criatura tan humilde y, desde un punto de vista humano, insignificante, perdida en un pequeño pueblo de una insignificante nación, que en aquel momento de la historia no cuenta para nada delante de los grandes poderes políticos, militares y económicos de la época. ¿Cómo los planes divinos son diversos de los humanos, y cómo Él nos sorprende con su acción salvífica.

El Ángel después añade: “El Señor es contigo”. He aquí de nuevo una fórmula de saludo, más aún una clara indicación de la elección divina, de la gratuidad de un gran don que está para realizarse, de una misión que recibirá esta joven doncella. La presencia del Señor en la vida de un elegido para una determinada misión le da la fuerza para superar los diversos obstáculos, para perseverar, para no retroceder ante la dificultad. La misma seguridad les ha dado Dios a los patriarcas: “Yo soy el Dios de Abraham, tu padre; no temas, porque Yo estoy contigo” (Gen. 26, 24). Con la misma expresión el Señor conforta a Jacob: “Yo estoy contigo” (Gen. 28, 15). Cuando el Señor llama y confía una misión, da la seguridad de su presencia constante. Él no abandonará al elegido. El Ángel del Señor saluda a Gedeón con las mismas palabras: “¡El Señor está contigo, hombre fuerte y valiente! (Jueces 6, 12). Así el Ángel Gabriel conforta el alma de María, antes de confiarla una vocación y misión del todo extraordinaria.. Así el Señor, antes de dar una encomienda a un ser humano, lo escoge y lo llena de dones extraordinarios para llevar a término la misión que él mismo le confía.

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