Queridos en Cristo, os paso una reflexión sobre la oración del Rosario. Bendiciones. P. Pedro B. lc.
¿Cómo rezar el Rosario?
Octubre no sólo es el mes de las misiones, es también el mes del Rosario. El día 7 de octubre se celebra la fiesta de Nuestra Señora del Rosario en conmemoración de la victoria de las tropas cristianas en 1571 en Lepanto contra el ejército turco. El Papa dominico Pío V, en agradecimiento a la intercesión de María, instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias, que su sucesor, Gregorio XIII, cambió en Nuestra Señora del Rosario. Muchos cristianos, desde Santo Domingo, el beato Alán de Rupe y otros muchos santos y Papas, rezan con frecuencia esta oración devocional a la Virgen María. Pero también muchos se preguntan cuál es el mejor modo de rezar esta oración en la que se usan las palabras del saludo angélico a la Virgen María: “Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo”, las palabras de Isabel en el encuentro con María: “Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”, y se la invoca como Madre de Dios, -reconociendo así la divinidad de su Hijo- y se le pide ayuda para el preciso momento del rezo de la oración (“ahora”) y para la hora de la muerte, recordando además la condición de fragilidad y de necesidad radical de ayuda del orante (“ruega por nosotros, pecadores”).
¿He de concentrarme en cada palabra que recito, sea del Ave María, del Padre Nuestro o del Gloria? ¿He de meditar los misterios o pensar en las personas por las que rezo o en las intenciones que llevo en el corazón? No hay una única respuesta porque cada persona puede y debe encontrar el método que más le ayude a unirse a Dios a través de María.
Más que señalar un único método, San Juan Pablo II ha recordado que el Rosario es “una oración contemplativa” (Rosarium Virginis Mariae, 12), que exige un ritmo tranquilo para favorecer la meditación orante de los misterios. Podemos decir que ya el disponerse a rezar el Rosario nos ayuda a encontrar paz y calma en el corazón, en medio de tantas agitaciones de la vida cotidiana. Rezar el Rosario nos cambia el ritmo, tantas veces frenético, con que vivimos nuestra vida y nos sumerge en un ritmo diverso, en el que la misma repetición de las Aves Marías, nos va poco a poco haciendo penetrar en ese otro mundo de Dios en el que reina la serenidad, la confianza, la gratuidad y la esperanza. Y todo esto se hace junto a María, orando con Ella y a través de su Corazón. Podemos decir que el Rosario nos ayuda a contemplar a Dios y las necesidades del mundo a través del Corazón Inmaculado de María y, a través de Ella, a identificarse más profundamente el Corazón de Cristo, cuyos misterios se meditan y se recuerdan.
A mucha gente que no reza el Rosario le parece que es muy aburrido, por la repetición de la misma oración, que provocará además distracciones de la mente y el irrumpir confuso de otros pensamientos. Pero el Rosario, como toda experiencia verdaderamente espiritual, hay que experimentarlo, hay que comenzarlo a rezar para irlo saboreando cada más y más. El que lo experimenta no sólo podrá ir encontrando el propio método para rezarlo, sino que irá poniendo en su vida un toque mariano que le hará más sencilla, más profunda, más atrayente, más sabrosa su oración. San Juan Pablo II decía que el Rosario era su oración preferida. Cada uno de nosotros podrá tener la suya, pero no cabe duda de que el Rosario es una fuente incalculable de gracias para la Iglesia y para quienes lo recitan.
Estando en este tiempo de gracia que es el Sínodo de Obispos que reflexiona sobre la familia cristiana, es bueno recordar que el Rosario es una oración de la familia y para la familia. El Rosario debería ser el arma secreta de victoria contras las insidias que acechan a la familia cristiana; debería ser también el canal de paz y de esperanza que, de las familias, se vierta en la Iglesia y en el mundo; debería crear cenáculos familiares que favorezcan en los hogares la experiencia de Pentecostés, donde estaba los discípulos del Señor, reunidos como familia, bajo la fuerza materna y espiritual de María. Todas éstas son válidas razones para seguir rezando con fervor el Rosario y, si podemos, en familia.