Las obras de misericordia, actos de amor

Las obras de misericordia, si no nacen de la intimidad de Dios, del secreto entre nosotros y Dios, ¿de dónde provienen? ¿Qué podrán ser? Solo filantropía horizontal, limitada al sentido de la justicia y del propio perfeccionismo. No tendrán profundidad, ni tocarán la belleza de servir en secreto. Las obras de misericordia corporales y espirituales necesitan la invisibilidad de la oración. Si no parto de esta relación, de la relación que me da el amor, y de la relación con la Santísima Trinidad; si no pido, como hijo, al Padre, aquel amor que es el Espíritu Santo, ¿qué iré a hacer después? En la relación trinitaria cada Persona hace emerger la otra: es el verdadero amor, el parámetro en el que basar las obras de misericordia. Cristo intercede ante el Padre y el Espíritu Santo nos lo revela.

¿De dónde vienen las obras de misericordia corporal y espiritual? Todo nuestro viaje ha sido como pasar la aduana de las obras de misericordia, desde lo horizontal a lo vertical, desde lo visible a lo invisible, de lo simplemente humano a lo humano tocado por lo divino, de nuestros balbuceos afectivos hasta la caridad, virtud teologal y don de Dios. Cruzar desde lo que improvisamos por nosotros mismos hasta lo que Dios puede hacer dentro de nosotros, solo Él sabe cómo. Porque, en caso contrario, todas estas obras podrán suplirse con buenismo, activismo y perfeccionismo.

La oración es un acto poco visible ante los demás: es un secreto, es algo íntimo, o al menos debería serlo. Si en ese secreto tratamos de nuestra relación con el prójimo, y si en ese trato con él permanecemos en presencia de Dios, entonces, cuando llegamos al prójimo, llevamos a Dios. Es decir, si yo me encaro con Dios teniendo presentes a los demás, me encaro con los demás teniendo presente a Dios. Y lo que hago, quizá sin necesidad de palabrería y alardes, se convierte en anuncio, en evangelización, porque vengo del amor, de la realidad invisible de Dios.

«¡Solo el amor crea!», dijo san Maximiliano Kolbe poco antes de ser internado en Auschwitz. Qué gran verdad: el amor no solo vence al odio, sino que da una forma maravillosa a todo lo que hacemos.

Debemos recordar algo fundamental en la vida cristiana: lo prioritario no es el qué, sino el cómo.

La cosa más incisiva es el corazón con el que hacemos las cosas.

Los actos pueden ser grandilocuentes, como también lo son las pompas del mundo, pero engañan al mundo, y no provienen de Dios.

Nuestras obras pueden ser pequeñas, pero nacen del Padre y de nuestra libertad.

Entonces salvan al mundo. Porque le dan sabor.

Pero nos hemos hecho una pregunta por aquí y por allá al tratar las otras obras de misericordia. ¿Por qué no plantearla también ahora? Si las otras trece obras nacen de la decimocuarta, ¿de dónde nace esta última? ¿De dónde brota la oración? ¿Cómo se llega a ella? ¿De dónde surge ese grito sincero hacia el Eterno? Sencillamente, de la angustia.

¿Cómo? ¿De dónde? De la pobreza, de nuestras limitaciones, de nuestra impotencia, de nuestras necesidades. De la angustia, repito. Es decir, Dios nos ha dado el don de la angustia para admitir que no nos bastamos, que Le necesitamos, que los números no cuadran, que necesitamos pedir ayuda.

Pero nos defendemos de esta angustia, intentamos eludirla aturdiéndonos a nosotros mismos, alienándonos.

Planteemos mejor la pregunta: ¿de dónde nacerá una oración sincera por nuestros hermanos vivos y difuntos? Se trata de buscar la angustia que nos lleva a gritar pidiendo auxilio, y digamos que es un trabajo un poco amargo: hacer llegar al propio corazón el dolor ajeno. Mirarlo, y no hacer luego zapping. Quedarse con el dolor, hacerse cargo de la pérdida.

Cuando el corazón te duele por alguien que has perdido o que sufre, entonces rezarás de veras por él. No duermes, no logras pensar en otra cosa, sientes una profunda pena, intuyes las lágrimas que aguardan a un milímetro de tus párpados. Sí, rezas, suplicas, imploras. Y estás dispuesto a renunciar a lo tuyo con tal de que Dios le ayude.

El amor no nace de una panza llena. No nace del confort. Nace de la amarga corriente de aire de tus limitaciones, que, si no te opones, será una puerta abierta en la que te sentirás débil, abrirás tus ojos a la debilidad ajena y compartirás su peso, su dolor. Y llegan entonces las atenciones, de débil a débil.

La misericordia de Dios busca nuestra pobreza y la ama.

Y nuestra pobreza, una vez amada, se convierte en misericordia.

Fabio Rosini en “Solo el amor crea»

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