Reflexión sobre las Bienaventuranzas

Evangelio y reflexión del P. Javier Miras* un poco larga pero no tiene desperdicio
Leerla despacio y sin prisa, así he hecho yo. Muy importantes las BIENAVENTURANZAS

San Mateo 5, 1-12
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. 
Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»

  1. La palabra bienaventurados (felices), aparece nueve veces en esta primera gran predicación de Jesús. Es como un estribillo que nos recuerda la llamada del Señor a recorrer con Él un camino que, a pesar de todas las dificultades, conduce a la verdadera felicidad.
    Todas las personas de todos los tiempos y de cualquier edad buscan la felicidad. Dios ha puesto en el corazón del hombre y de la mujer un profundo anhelo de felicidad, de plenitud. ¿No notáis que vuestros corazones están inquietos y en continua búsqueda de un bien que pueda saciar su sed de infinito?, como decía San Agustín. (Confesiones, 1)
    Y así, en Cristo, encontraremos el pleno cumplimiento de nuestros sueños de bondad y felicidad. Sólo Él puede satisfacer nuestras expectativas, muchas veces frustradas por las falsas promesas mundanas. Como dijo san Juan Pablo II: “Es Él la belleza que tanto les atrae; es Él quien les provoca con esa sed de radicalidad que no les permite dejarse llevar del conformismo; es Él quien les empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien les lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en nosotros el deseo de hacer de su vida algo grande.” (Vigilia de oración de la JMJ 2000 en Tor Vergata, Roma. 19 de agosto)
    El sermón de la montaña ha resonado tantísimas veces en el corazón de los cristianos de todos los tiempos, y ha sido para todos, el mensaje de la esperanza, en medio del vaivén de las dificultades del mundo. Es la paradoja de la fe, reducida su más clara expresión: bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Es la promesa que todos deseamos ver cumplida algún día. Pero el cristiano no es el que simplemente se resigna a todo lo que le venga. El discípulo de Cristo, empuña el arado todos los días, remueve obstáculos, limpia el terreno, trabaja, porque sabe que su esfuerzo siempre será remunerado, si no aquí, sí en la otra vida.
    Las bienaventuranzas no son sólo promesas para esperar, son todo un programa de vida para reformar esta tierra. Si por un día todos los hombres fuéramos pobres de espíritu, mansos de corazón, pacíficos, misericordiosos, limpios de corazón, podríamos traer el cielo a la tierra. Es cierto que el Señor permite el mal en nuestras sociedades, la desorientación y las injusticias, pero no podemos olvidar que si lo permite, es porque está seguro de obtener de todo ello un bien mayor.
    Como cristianos nos toca testimoniar este mensaje, viviéndolo en la sencillez y cotidianidad de nuestra vida profesional y familiar, dejando a Dios la posibilidad de iluminar al mundo con la luz que emane de nuestras vidas.
     
  2. Lo que Jesús muestra en las bienaventuranzas es a El mismo. Él es el bienaventurado, el santo, la plenitud de la nueva ley. El cumplimiento de la ley del nuevo reino de Dios consistirá en seguirle, en imitarle, en ser igual que Él en la medida de lo posible.
    Una mirada más profunda nos lleva a ver en Jesús al Pobre, que sin nada vino al mundo y sin nada se irá, siendo Señor de todo lo creado. Es el Manso y el Pacífico, que se manifiesta, animando, reconciliando a los hombres con Dios, entre sí y en su interior. Las lágrimas ocuparán un lugar en su vida y será consolado por ángeles antes del sacrificio redentor. Es el Hambriento y el Sediento de la nueva justicia, que como don divino se derramará sobre la tierra. Sembrador de misericordia, alcanzará el perdón a los contritos de corazón y a las ovejas perdidas. Su limpieza de corazón llegará hasta la ausencia de todo amor propio, en un amor verdadero que se derramará sobre todos los hombres. Él es el Hijo de Dios, en una generación eterna de tal plenitud que es consustancial al Padre, “el Padre y yo somos uno”  (Jn 10, 30) dirá más adelante.
    Además, será el Perseguido por enseñar la senda del amor que el mundo no puede entender, porque está lleno de pecado. Y en la octava bienaventuranza, vemos a Cristo clavado en la cruz, el sacrificio perfecto entre el cielo y los hombres, salvando a todos. Cristo en las bienaventuranzas se muestra a sí mismo como camino de la nueva felicidad.
     
  3. Todo este aluvión de luz, de verdad y de vida, debía ser comunicado a los hombres de un modo gradual. De entrada, la mayoría no podía soportar tanta verdad pues era necesario romper los esquemas antiguos. Por eso, Cristo se revela veladamente, manifestándose a través de una moral nueva, la moral de las bienaventuranzas.
    En un primer nivel les dice que serán felices y justos si saben vivir con pobreza, con mansedumbre, con ánimo pacífico y pacificador, con corazón misericordioso, siendo limpios de corazón y llenos de rectitud de intención en lo más íntimo; que los que tienen hambre y sed de justicia la recibirán, igual que si saben llorar y llevar bien las persecuciones.
    Nunca ha hecho felices a los hombres el ansia de dinero o de poder, ni el espíritu violento, ni la rebeldía ante las dificultades, ni el corazón sucio y retorcido, ni el alma inmisericorde o duro, que no sabe sufrir con los que sufren, ni el rencor ante las persecuciones. La felicidad sólo puede estar en el amor fiel y verdadero, y las bienaventuranzas marcan la senda de un amor rico en matices que abarca las situaciones reales de la vida.
    Por otra parte el premio es extraordinario: el Reino de los cielos, con lo que significa de poseer la tierra, ser consolados, ser saciados de justicia, alcanzar misericordia, ver a Dios, ser llamados hijos de Dios y, al morir, una gran recompensa en los cielos. Esta es la plenitud del reino de Dios que Cristo anuncia. Más no se puede pedir. El reino de las bienaventuranzas es la plenitud humana alcanzada como don de Dios a los que quieren creer y vivir la nueva vida y alianza. Al final de los tiempos los justos vivirán esa bienaventuranza de un modo pleno.
    Verdaderamente, es feliz el que sabe ser pobre y vivir desprendido de las cosas de la tierra, libre de las ataduras del deseo y del ansia de posesión.
    Es feliz el que al llorar, recibe el consuelo de saber que sus sufrimientos no son inútiles y sin sentido, sino que se pueden convertir en un sacrificio que ayude a salvar a otros hombres en una comunión espiritual de los santos.
    Es feliz quien tiene dominio interior de sus pasiones, en una mansedumbre, que es poder sereno, lejos de la violencia.
    Es feliz el que sabe que todos los deseos de justicia y amor serán saciados con abundancia.
    Es feliz quien tiene buen corazón con el que sufre, en el alma o en el cuerpo, y es tratado con una misericordia que, unas veces es perdón y otras caricia.
    Es feliz el que mira al mundo, las personas o a Dios, con mirada limpia, y entiende las cosas con visión sobrenatural.
    Es feliz quien siembra paz y concordia entre los hombres, para que aprendan a amarse, también cuando son poco amables.
    Puede ser feliz, finalmente, el perseguido por ser fiel a Dios, ya que así puede asemejarse a Jesús, que es el inocente que paga las deudas de los pecadores porque los quiere con un amor que les eleva más que les juzga.

Que Dios Padre te acompañe, esté en tu corazón, te cuide, te haga fuerte, alegre y fiel. Que el Dios Hijo te haga sentir su ternura y Misericordia y te quite del corazón cualquier inquietud que pueda hacerte sufrir.
Que Dios Espíritu Santo te de luces en la inteligencia, fuerza en el corazón, ánimo renovado y decisión de amar con todo el corazón.
Que María Santísima te haga sentir su calor de Madre, y su abrazo amoroso y tierno, y San José te cuide con su corazón de padre. En el nombre del Padre y del Hijo + y del Espíritu Santo. Amen.

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