«Effetá», ha llegado la liberación a los cautivos

Evangelio de hoy San Marcos 7, 31-37
En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.
Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete.»
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.
Y en el colmo del asombro decían: Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Aunque ni sordo ni mudo, frecuentemente pareciera que lo somos porque no escuchamos, Señor, y no hablamos a los demás de la experiencia de tu Amor. Inspira esta oración para que de ella saquemos la fuerza de voluntad y seamos siempre un testigos fieles de Tu Amor.
Jesús, confíamos en Tu infinito Amor, haz nuestro corazón semejante al tuyo.
 

Comentaba con gran precisión el Papa Francisco: “Pensemos en los muchos que Jesús ha querido encontrar, sobre todo, personas afectadas por la enfermedad y la discapacidad, para sanarles y devolverles su dignidad plena. Es muy importante que justo estas personas se conviertan en testigos de una nueva actitud, que podemos llamar cultura del encuentro […]
Aquí están las dos culturas opuestas. La cultura del encuentro y la cultura de la exclusión, la cultura del prejuicio, porque se perjudica y se excluye. La persona enferma y discapacitada, precisamente a partir de su fragilidad, de su límite, puede llegar a ser testigo del encuentro: el encuentro con Jesús, que abre a la vida y a la fe, y el encuentro con los demás, con la comunidad. En efecto, sólo quien reconoce la propia fragilidad, el propio límite puede construir relaciones fraternas y solidarias, en la Iglesia y en la sociedad.
Y ahora miremos a la Virgen. En ella se dio el primer encuentro: el encuentro entre Dios y la humanidad. Pidamos a la Virgen que nos ayude a ir adelante en esta cultura del encuentro. Y nos dirigimos a Ella con el Ave María.” (Discurso de S.S. Francisco, 29 de marzo de 2014).
 

«Ve y dile que los ciegos ven, los sordos oyen, y que ha llegado la liberación a los cautivos» (Mt 11, 5). Así resume su misión Cristo, porque ha sido enviado a curar a todos los enfermos y a traer la paz a los hombres.

Segundo Domingo de San José, 5 de febrero

Segundo dolor: Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron (Jn 1,11).

Segundo gozo: Fueron deprisa y encontraron a María, a José y al niño reclinado en el pesebre (Lc 2,16).

EN LA ORACIÓN pronunciada por Cristo en Getsemaní se manifiesta la cercanía y el poder de Dios: «¡Abbá, Padre, para ti todo es posible!» (Mc 14,35). Podemos pensar que Jesús, años antes, se dirigió muchas veces con esa misma exclamación a José, su padre en la tierra: abbá, papá. Por eso el patriarca, en su humanidad igual a la nuestra, es en cierto sentido un icono de la paternidad de Dios. Así lo ha entendido a lo largo de los siglos la piedad popular y lo han hecho también los artistas, representando a san José con un rostro idéntico al del Padre.

San Josemaría notaba que Dios es el primero que ama de modo especialísimo a san José. Dios, al preparar un padre terrenal para Jesús, de manera similar a como lo había hecho con María, eligió a un hombre especial, justo, cuya santidad atraía a los demás y llenaba de paz su entorno. «La Sagrada Escritura cuenta muy poco de san José. Parece que tenía un empeño muy grande de pasar oculto, y el Señor le ha concedido esa virtud tan hermosa (…). Inmediatamente después de la Virgen, estoy seguro de que en santidad viene José. Y san José ha tratado tanto a la Virgen y al Niño Dios que hasta la liturgia se pone –¿cómo diría yo?– afectuosa… San José está adornado de virtudes admirables. Sería encantador, y tendría además un carácter lleno de fortaleza, de reciedumbre y de suavidad a la vez»[1].

Es muy significativo que, en la genealogía de Jesucristo que nos detalla el evangelio de san Mateo, el hilo de unión entre generaciones sea la paternidad: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, etc. Pero, al llegar al último eslabón, el evangelista rompe la secuencia anotando: «Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo» (Mt 1,16). La paternidad le toca a san José no por haber engendrado a Jesús sino por ser el esposo de la Virgen María. San José es un «padre que siempre ha sido amado por el pueblo cristiano»[2] justamente por ser el esposo amado de nuestra Madre. Es la belleza y grandeza del matrimonio lo que funda su paternidad. Y aquel padre y esposo, querido por tantos fieles, nos puede preguntar: «¿Confías en mis desvelos por ti? ¿Confías en el deseo que tengo de acercarte al amor de Dios?».


«JOSÉ, HIJO DE DAVID, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús» (Mt 1,20). En estas breves palabras del evangelista podemos descubrir tres cosas: primero, el carácter personal de la elección divina –que se manifiesta en el uso de los nombres propios «José» y «María»–; después, la relación que los unirá –«tu esposa»–; y, en tercer lugar, la responsabilidad que Dios confiere al patriarca –tú «le pondrás por nombre»–. En la vida de María y de José todo está en relación con Jesús, todo está ordenado hacia él. Ese amor matrimonial se traduce en un mirar juntos a su hijo para, así, como padre y madre, participar en la obra de la redención. La mayor parte de los cristianos viven su fe precisamente así, dentro del matrimonio, ya que se trata de una vocación, un camino para mirar e ir hacia Jesucristo.

En una ocasión, una madre de familia que había quedado viuda preguntó a san Josemaría cómo llenar el vacío dejado por su esposo: «Sé muy devota de san José –respondió el fundador del Opus Dei–. San José llevó adelante la familia de Nazaret, y llevará adelante también la tuya. Adquiere una imagencita de san José, tenle devoción, enciéndele piadosamente una luz de cuando en cuando, como nuestras madres, como nuestras abuelas: todas las viejas devociones son actuales, no hay ni una que no sea actual»[3]. Ya santa Teresa, siglos atrás, animaba a todas las almas a confiar sin reservas en san José: «Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios»[4].

El santo patriarca, al haber recibido la misión de educar al Hijo de Dios, de tomarlo de la mano para acompañarlo en sus primeros pasos en tantos ámbitos de la vida, puede ser un apoyo para todas las familias y para todo apóstol. San José educó al Niño Jesús en cómo relacionarse con las demás personas, en el trabajo, en la escucha de la Sagrada Escritura llevándolo los sábados a la sinagoga… «La misión de san José es ciertamente única e irrepetible, porque absolutamente único es Jesús. Y, sin embargo, al custodiar a Jesús, educándolo en el crecimiento en edad, sabiduría y gracia, él es modelo para todo educador, en especial para todo padre»[5].


SAN JOSÉ tiene un papel propio e insustituible en la configuración de la Sagrada Familia. «La encarnación del Verbo en una familia humana, en Nazaret, conmueve con su novedad la historia del mundo. Necesitamos sumergirnos en el misterio del nacimiento de Jesús, en el sí de María al anuncio del ángel, cuando germinó la Palabra en su seno; también en el sí de José, que dio el nombre a Jesús y se hizo cargo de María»[6]. El patriarca, por aquella particular llamada a constituir la familia de Jesús, aprende a ser padre, colabora en la preparación del Hijo para el cumplimiento de su misión. Y, al mismo tiempo, se encuentra permanentemente al lado de su esposa, sosteniéndola en su tarea de ser madre de Dios. Por eso san José es patrono también del nacimiento y del desarrollo de nuestras familias.

«La familia es ciertamente una gracia de Dios, que deja traslucir lo que él mismo es: amor. Un amor enteramente gratuito, que sustenta la fidelidad sin límites, aun en los momentos de dificultad o abatimiento»[7]. San Juan Pablo II señalaba que el futuro de la humanidad pasa por la familia porque allí, generalmente, desarrollamos los fundamentos más importantes para tener una vida feliz, aunque Dios también pueda tener otros caminos, ya que cada persona es única. Por eso acudimos especialmente a san José, patrono de la familia, para que nos ayude a vivir y a mostrar su belleza, según el modelo de Nazaret.

«No tengamos miedo de invitar a Jesús a la fiesta de bodas, de invitarlo a nuestra casa, para que esté con nosotros y proteja a la familia. Y no tengamos miedo de invitar también a su madre María. Los cristianos, cuando se casan “en el Señor”, se transforman en un signo eficaz del amor de Dios. Los cristianos no se casan sólo para sí mismos: se casan en el Señor en favor de toda la comunidad, de toda la sociedad»[8]. A san José, esposo de la bienaventurada Virgen María, le imploramos diariamente con esta súplica: Dios te hizo padre y señor de toda su casa, así que ¡ruega por nosotros!


Primer Domingo de San José

Primer dolor: Estando desposada su madre María con José, antes de vivir juntos se halló que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18).

Primer gozo: El ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús (Mt 1, 20-21).

CUANDO JESÚS, durante su ministerio público por Galilea, llegó a predicar en la sinagoga de su propia ciudad, todos «se quedaban admirados» (Mt 13,54). La actitud de sus paisanos nos habla de la impresión que causaba aquel a quien habían visto crecer entre sus plazas y calles: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos poderes? ¿No es éste el hijo del artesano? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no viven todas entre nosotros? ¿Pues de dónde le viene todo esto?» (Mt 13, 55-56).

Uniéndose a esa curiosidad santa por saber más acerca del entorno familiar de Cristo, la tradición de la Iglesia ha identificado en la Sagrada Escritura siete momentos cruciales en la vida de san José; son siete vivencias suyas en las que, como es normal también en nosotros, se mezclan el gozo y el dolor, la alegría y el sufrimiento. Por eso en muchos lugares se dedican los siete domingos previos a su fiesta a meditar estos pasajes. Un día, en una tierra con especial devoción a san José, alguien preguntó a san Josemaría cómo acercarse más a Jesús: «Piensa en aquel hombre maravilloso, escogido por Dios para hacerle de padre en la tierra; piensa en sus dolores y en sus gozos. ¿Haces los siete domingos? Si no, te aconsejo que los hagas»[1].

La devoción al santo patriarca siempre ha estado presente en el arte y en la piedad popular a lo largo de la historia de la Iglesia. En el siglo XVII, el Papa Gregorio XV instituyó por primera vez una fiesta litúrgica en su nombre. Posteriormente, en 1870, el santo Papa Pío IX nombró a san José patrono universal de la Iglesia. A partir de entonces, Leon XIII dedicó una encíclica al santo patriarca y en el centenario de este documento san Juan Pablo II escribió la exhortación apostólica Redemptoris custos. Ya en el tercer milenio, el papa Francisco publicó también una carta sobre san José bajo el título Patris cordeCon corazón de Padre. Este reiterado interés de la Iglesia, de manera especial en los últimos tiempos, puede renovar en nosotros una actitud de agradecimiento, admiración y puede llevar a que nos preguntemos: ¿qué lugar ocupa san José en mi corazón?


«JOSÉ, HIJO DE DAVID, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,20-21). De esta manera, tan sencilla, el ángel disipa las dudas y temores de José. No sabemos con certeza qué es lo que pasaba por su corazón y su mente. Con seguridad no dudó de la inocencia de su esposa, por lo que el ángel le confirma lo que quizá ya intuía en su alma: allí había algo de Dios. En efecto, a través del ángel, Dios mismo le confía cuáles son sus planes y cómo cuenta con él para llevarlos adelante. José está llamado a ser padre de Jesús; esa va a ser su vocación, su misión.

«¡Qué grandeza adquiere la figura silenciosa y oculta de san José –decía san Juan XXIII– por el espíritu con que cumplió la misión que le fue confiada por Dios. Pues la verdadera dignidad del hombre no se mide por el oropel de los resultados llamativos, sino por las disposiciones interiores de orden y de buena voluntad»[2]. El santo patriarca, a pesar de ser consciente de la importante y nobilísima tarea que el Señor le encomendó, ha llegado a nosotros como un ejemplo de humildad y discreción. Es en el silencio de aquel «ocultarse y desaparecer» en donde los planes divinos dan sus mayores frutos.

También ahora, Dios continúa confiando en José para que cuide de su familia, de la Iglesia y de cada uno de sus hijos, con la misma dedicación y ternura que lo haría con el Señor. Un antiguo aforismo judío dice que un verdadero padre es aquel que enseña la Torá –la ley de Dios– a su hijo, porque es entonces cuando le engendra de verdad. San José cuidó del Hijo de Dios y, en cuanto a hombre, le introdujo en la esperanza del pueblo de Israel. Y eso mismo hace con nosotros: con su poderosa intercesión nos lleva hacia Jesús. San Josemaría, cuya devoción a san José fue creciendo a lo largo de su vida, decía que «san José es realmente Padre y Señor, que protege y acompaña en su camino terreno a quienes le veneran, como protegió y acompañó a Jesús mientras crecía y se hacía hombre»[3].


«LA IGLESIA entera reconoce en san José a su protector y patrono. A lo largo de los siglos –señala san Josemaría– se ha hablado de él, subrayando diversos aspectos de su vida, continuamente fiel a la misión que Dios le había confiado. Por eso, desde hace muchos años, me gusta invocarle con un título entrañable: Nuestro Padre y Señor»[4]. Este título es un honor y una responsabilidad. Junto con María, José alimenta, cuida y protege a la familia. Y la Iglesia, al ser la familia de Jesús, tiene a san José como patrono y protector: «La Iglesia, después de la Virgen Santa, su esposa, tuvo siempre en gran honor y colmó de alabanzas al bienaventurado José, y a él recurrió sin cesar en las angustias»[5].

El Concilio Vaticano II habla de «escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida»[6]. Por eso, como familia, nos preguntamos constantemente qué es lo que el Señor quiere que aprendamos de cada situación y en cada encrucijada. La intercesión de los santos es una ayuda del cielo para descubrir a Dios en todos los acontecimientos y hacer presente su poder. San José guía y custodia a la Iglesia en este caminar.

Y también san José es patrono de esta familia que es la Obra. En los primeros años, san Josemaría acudió especialmente a él para poder hacer presente a Jesús Sacramentado en uno de los primeros centros del Opus Dei. Por su intercesión, en marzo de 1935 fue posible tener al Señor reservado en el oratorio de la Academia-Residencia DYA, de la calle Ferraz, en Madrid. Desde entonces, el fundador de la Obra quiso que la llave de los sagrarios de los centros del Opus Dei tuvieran una pequeña medalla de san José con la inscripción Ite ad Ioseph; el motivo es recordar que, de modo similar a como el José del Antiguo Testamento lo hace con su pueblo, el santo patriarca nos había facilitado el alimento más preciado: la Eucaristía.

Pidamos a José que nos siga ayudando a acercarnos a Jesús Sacramentado, que es el alimento del que se nutre la Iglesia. Así lo hizo junto a María, en Nazaret, y así lo hará también con ella en nuestros hogares.

Reflexión del Evangelio Domingo 5 de febrero

Buenos días mis hermanos en Cristo. Qué alegría cuando me dijeron vamos a la Casa del Señor. Nuestro encuentro SEMANAL alrededor del Altar unidos todos en el Corazón de nuestro Dios y Señor.
Vivamos bien la Santa Misa, en una actitud de oración.
«Queridos amigos, sólo celebramos y vivimos bien la liturgia si permanecemos en actitud orante, no si queremos «hacer algo», hacernos ver o actuar, sino si orientamos nuestro corazón a Dios y estamos en actitud de oración uniéndonos al misterio de Cristo y a su coloquio de Hijo con el Padre. Dios mismo nos enseña a rezar, afirma san Pablo (cf. Rm 8, 26). Él mismo nos ha dado las palabras adecuadas para dirigirnos a él, palabras que encontramos en el Salterio, en las grandes oraciones de la sagrada liturgia y en la misma celebración eucarística».
SS. Benedicto XVI
Con nuestra Madre, S. José y nuestro Ángel Custodio. Gracias y perdón

¡Feliz Domingo a todos!

Concha Puig

Evangelio: San Mateo 5, 13-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».

Cuentan que un día, san Francisco de Asís le pidió a uno de sus primeros frailes que se preparara para salir a predicar con él. Salieron y estuvieron caminando y dando vueltas por todo Asís, durante una hora y media. En un cierto momento, el fraile que lo acompañaba le preguntó a San Francisco: Padre Francisco, usted me dijo que saldríamos a predicar. Hasta ahora, sólo hemos caminado y recorrido todo el pueblo. San Francisco le respondió: Hermano, llevamos una hora y media de predicación. No hay mejor predicación que la sonrisa y el testimonio de una vida auténticamente cristiana.

Ojalá que también nosotros prediquemos el mensaje de la esperanza, de la sonrisa humilde y llena de paz, del AMOR. Que seamos sal y luz para nuestros familiares y amigos y todos los que se cruzan en nuestro camino. Quien verdaderamente se ha encontrado con Jesús no puede callar, no puede encerrarse en sí mismo, debemos ser reflejo de nuestro Jesús amado.

Conversión, oración y mortificación los tres pilares de la fe

CONVIÉRTETE
Revisa tu vida.

San José de Cupertino, conocido como el santo volador, por las numerosas levitaciones en que se le presenció estando en oración, fue un sacerdote italiano y religioso franciscano muy humilde, que a pesar de tener muy lento aprendizaje, Dios obró grandes prodigios en él.

Como patrono de los estudiantes, se le conocen innumerables ayudas, en especial a aquellos estudiantes a los que como a él se les dificulta el estudio: le gusta mucho ayudarles.

San José de Cupertino es un claro ejemplo de cómo Dios suple cualquier falta de talento a quien se le abandona con humildad.

Dice Jesús a la beata Conchita Cabrera de Armida: (l yo la he leido y es una maravilla su vida de santidad)

«La humildad es el cimiento, el fundamento de todas las virtudes, la sal y la vida de ellas […]”.
«Sin humildad no puede haber obediencia… pobreza… ni pureza que no caiga. No acostumbro dar a ninguna alma estas joyas, sin el sólido fundamento de la humildad, madre de todas ellas”.
«María, más que nadie, recibió los frutos inapreciables de la humildad”.

La contraparte de la humildad es la soberbia.

Dice Jesús a Conchita:
“La Soberbia es […] madre general de todos los vicios: a todos ellos los engendra y lleva en su seno”.
«Ella enerva los actos del espíritu y es la principal destructora de toda virtud y de toda santidad”.
«Casi en la mayor parte de los actos de la vida se le encuentra, si con esta luz del Espíritu Santo se le busca… Se amolda, diré, con todos los estados, caracteres y puestos. De una manera se presenta con los grandes y de otra con los pequeños; con los pobres y con los ricos, con los malos y con los buenos, con los espirituales y con los mundanos”.

Aprendamos a ser humildes como María y como San José de Cupertino.

VIVE EN PLENITUD TU CONSAGRACIÓN
“La arrogancia acarrea deshonra; la sabiduría está con los humildes.”
Pr 11,2 (Proverbios).

ORA
El Santo Rosario.

  • Incluye en tus intenciones a los estudiantes a los que se les dificulta el estudio y niños.

MORTIFÍCATE
Hoy trata de ser humilde para con todos; de hacerte pequeño. Evita las presunciones, las respuestas arrogantes, el querer ser el primero, los aplausos, la vanagloria o cualquier otro acto de soberbia, que lejos de darte grandeza, te la quita.

Revisa con detenimiento en qué actos principalmente tienes más acentuada la soberbia y pide perdón a Dios, haciendo un sincero compromiso de ser más humilde.

Ofrécelo
🌹 En Reparación por tus pecados de soberbia y los de tu familia.
🌹Atendiendo el mensaje de Sor Lucía al Cardenal Carlo Caffarra, Reparemos y pidamos protección a la Iglesia doméstica bajo la presencia protectora de la Sagrada Familia de Nazaret

La reparación, una sensibilidad especial por la gloria de Dios

Leo en un libro sobre la Reparación :


A través de la Historia ha surgido en la Iglesia, personas, movimientos, acciones y devociones todas ellas encaminadas a promover la honra y Reparación del honor de Dios ofendido. Sobre todo se han dirigido especialmente al Corazón de Jesús. Todos los santos en general se han distinguido siempre por una exquisita sensibilidad en lo referente al honor de Dios. Las personas de fe, de amor y afán por Dios y las cosas santas, tienen una especial sensibilidad por la gloria de Dios. El pecado es todo lo contrario a esa gloria a ese honor externo para el Creador. Cuando S. Ignacio de Loyola fundó la Compañía de Jesús, no se anduvo por las Ramos. Reza su lema Para la mayor Gloria de Dios y así todos los santos. Otras veces ha sido la Divina Providencia quien ha suscitado en la Iglesia a personas con una vocación definida hacia la Reparación. Así tenemos a S. Juan Eudes En el siglo XVII, a Sta. Margarita María de Alacoque, a finales de XVII, y al Beato Bernardo de Hoyos, jesuita más reciente.
En las apariciones Marianas, las dos más características en cuanto al sentido Reparador son las de Lourdes y Fátima. ( yo añado Prado Nuevo). Todas con un sentido de Reparación del honor de Dios ofendido.
No haría falta la Reparación, si la gloria y el honor de Dios no hubieran sido de antemano rotos o atropellados. La creación salió pura de la mente y la voluntad Divina, pero llegó el momento en que fue concebida la idea de la Reparación por el daño.
Y Dios prometió ya en el Paraíso enviar a su propio Hijo, nacido de una Mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban sujetos al desorden del pecado. El Señor tuvo misericordia del hombre y quiso establecer el orden mediante la Reparación
Vamos todos los que amamos esta espiritualidad a Reparar con nuestra voz, con nuestras manos, con nuestras obras, con nuestro corazón, con nuestra vida santa
Cuantas gracias derramas Señor!!!
Gracias y perdón

Te invitamos al acto de Reparación este jueves 2 de febrero

Este próximo jueves día 2 de Febrero día de la Candelaria y aniversario del P. Antonio, fundador de Amistad en Cristo. Estoy segura de cuánto va a interceder por todos.

Ante este día especial de la Candelaria, llevo velas para cada uno que el P. Iniesta bendecirá para que prendan en la Hoguera del Amor de Dios y en el silencio de nuestro corazones vamos a decirle gracias por amarnos tanto. ¡Que nuestro amor por Ti Señor, crezca cada día más!

– Dia: Jueves 2 de Febrero
-Lugar: Cripta de la Almudena.
-Hora : 17,30h :
-Exposición del Santísimo
-Rezo Sto. Rosario
-Consagración al Sagrado Corazón de Jesús y
-Peticiones de REPARACIÓN.
-18,30: Santa Misa
-Celebran Padre José Antonio Iniesta y Padre Carlos Melero

Invita a familiares y amigos.
Guardamos todos los protocolos Covid.

¡Te esperamos!

Concha Puig

Las obras de misericordia, actos de amor

Las obras de misericordia, si no nacen de la intimidad de Dios, del secreto entre nosotros y Dios, ¿de dónde provienen? ¿Qué podrán ser? Solo filantropía horizontal, limitada al sentido de la justicia y del propio perfeccionismo. No tendrán profundidad, ni tocarán la belleza de servir en secreto. Las obras de misericordia corporales y espirituales necesitan la invisibilidad de la oración. Si no parto de esta relación, de la relación que me da el amor, y de la relación con la Santísima Trinidad; si no pido, como hijo, al Padre, aquel amor que es el Espíritu Santo, ¿qué iré a hacer después? En la relación trinitaria cada Persona hace emerger la otra: es el verdadero amor, el parámetro en el que basar las obras de misericordia. Cristo intercede ante el Padre y el Espíritu Santo nos lo revela.

¿De dónde vienen las obras de misericordia corporal y espiritual? Todo nuestro viaje ha sido como pasar la aduana de las obras de misericordia, desde lo horizontal a lo vertical, desde lo visible a lo invisible, de lo simplemente humano a lo humano tocado por lo divino, de nuestros balbuceos afectivos hasta la caridad, virtud teologal y don de Dios. Cruzar desde lo que improvisamos por nosotros mismos hasta lo que Dios puede hacer dentro de nosotros, solo Él sabe cómo. Porque, en caso contrario, todas estas obras podrán suplirse con buenismo, activismo y perfeccionismo.

La oración es un acto poco visible ante los demás: es un secreto, es algo íntimo, o al menos debería serlo. Si en ese secreto tratamos de nuestra relación con el prójimo, y si en ese trato con él permanecemos en presencia de Dios, entonces, cuando llegamos al prójimo, llevamos a Dios. Es decir, si yo me encaro con Dios teniendo presentes a los demás, me encaro con los demás teniendo presente a Dios. Y lo que hago, quizá sin necesidad de palabrería y alardes, se convierte en anuncio, en evangelización, porque vengo del amor, de la realidad invisible de Dios.

«¡Solo el amor crea!», dijo san Maximiliano Kolbe poco antes de ser internado en Auschwitz. Qué gran verdad: el amor no solo vence al odio, sino que da una forma maravillosa a todo lo que hacemos.

Debemos recordar algo fundamental en la vida cristiana: lo prioritario no es el qué, sino el cómo.

La cosa más incisiva es el corazón con el que hacemos las cosas.

Los actos pueden ser grandilocuentes, como también lo son las pompas del mundo, pero engañan al mundo, y no provienen de Dios.

Nuestras obras pueden ser pequeñas, pero nacen del Padre y de nuestra libertad.

Entonces salvan al mundo. Porque le dan sabor.

Pero nos hemos hecho una pregunta por aquí y por allá al tratar las otras obras de misericordia. ¿Por qué no plantearla también ahora? Si las otras trece obras nacen de la decimocuarta, ¿de dónde nace esta última? ¿De dónde brota la oración? ¿Cómo se llega a ella? ¿De dónde surge ese grito sincero hacia el Eterno? Sencillamente, de la angustia.

¿Cómo? ¿De dónde? De la pobreza, de nuestras limitaciones, de nuestra impotencia, de nuestras necesidades. De la angustia, repito. Es decir, Dios nos ha dado el don de la angustia para admitir que no nos bastamos, que Le necesitamos, que los números no cuadran, que necesitamos pedir ayuda.

Pero nos defendemos de esta angustia, intentamos eludirla aturdiéndonos a nosotros mismos, alienándonos.

Planteemos mejor la pregunta: ¿de dónde nacerá una oración sincera por nuestros hermanos vivos y difuntos? Se trata de buscar la angustia que nos lleva a gritar pidiendo auxilio, y digamos que es un trabajo un poco amargo: hacer llegar al propio corazón el dolor ajeno. Mirarlo, y no hacer luego zapping. Quedarse con el dolor, hacerse cargo de la pérdida.

Cuando el corazón te duele por alguien que has perdido o que sufre, entonces rezarás de veras por él. No duermes, no logras pensar en otra cosa, sientes una profunda pena, intuyes las lágrimas que aguardan a un milímetro de tus párpados. Sí, rezas, suplicas, imploras. Y estás dispuesto a renunciar a lo tuyo con tal de que Dios le ayude.

El amor no nace de una panza llena. No nace del confort. Nace de la amarga corriente de aire de tus limitaciones, que, si no te opones, será una puerta abierta en la que te sentirás débil, abrirás tus ojos a la debilidad ajena y compartirás su peso, su dolor. Y llegan entonces las atenciones, de débil a débil.

La misericordia de Dios busca nuestra pobreza y la ama.

Y nuestra pobreza, una vez amada, se convierte en misericordia.

Fabio Rosini en “Solo el amor crea»

Reflexión del Evangelio del Domingo 29 de enero

Que alegría cuando me dijeron nuestro encuentro SEMANAL… alrededor del Altar, vivámoslo…. sintamos el abrazo de nuestro Amor que nos estrecha a todos contra su corazón. Hoy las Bienaventuranzas fijaros como decía el P. Oltra esta mañana en radio Maria Jesús se sienta en un monte bajo para que a parte de escucharlo lo miremos y como digo yo también veamos como El nos mira a cada uno en particular y oigamos que las formas de felicidad son *ocho. Nos vamos a fijar en la primera nos está diciendo que de ellos es el Reino de los Cielos son los que no tienen otra riqueza más que Jesús, tienen hambre de Dios y buscan una íntima relación de Amistad con El esa Bienaventuranza ya nos lleva a cumplir todas las demás.
Con nuestra Madre, S. José y nuestro Ángel Custodio. Gracias y perdón

Concha Puig

Evangelio de hoy según San Mateo 5, 1-12
En aquel tiempo, al ver Jesús al gentío subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar enseñándoles:
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán “los hijos de Dios”.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo

25 de enero, la conversión de San Pablo

Conversión de San Pablo, apóstol.

San Agustín, obispo
Sermón

Se apagó la luz de mundo y brilló la luz de Cristo

Desde lo alto del cielo la voz de Cristo derribó a Saulo: recibió la orden de no proseguir sus persecuciones, y cayó rostro en tierra. Era necesario que primeramente fuera abatido, y seguidamente levantado; primero golpeado, después curado. Porque jamás Cristo hubiera podido vivir en él si Saulo no hubiera muerto a su antigua vida de pecado. Una vez derribado en tierra ¿qué es lo que oye? «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Te es duro dar coces contra el aguijón.» (Hch 26,14). Y él respondió: «¿Quién eres, Señor?». Y la voz de lo alto prosiguió: «Yo soy Jesús de Nazaret a quien tú persigues». Los miembros están todavía en la tierra, es la cabeza que grita desde lo alto del cielo; no dice: «¿Por qué persigues a mis siervos?» sino «¿por qué me persigues?»

Y Pablo, que ponía todo su furor en perseguir, se dispone a obedecer: «¿Qué quieres que haga?» El perseguidor es transformado en predicador, el lobo se cambia en cordero, el enemigo en defensor. Pablo aprende qué es lo que debe hacer: si se quedó ciego, si le fue quitada la luz del mundo por un tiempo, fue para hacer brillar en su corazón la luz interior. Al perseguidor se le quitó la luz para devolvérsela al predicador; en el mismo momento en que no veía nada de este mundo, vio a Jesús. Es un símbolo para los creyentes: los que creen en Cristo deben fijar sobre él la mirada de su alma sin entretenerse en las cosas exteriores.

Saulo fue conducido a Ananías; el lobo devastador es llevado hasta la oveja. Pero el Pastor que desde lo alto del cielo lo conduce todo le asegura: «No temas. Yo le voy a descubrir todo lo que tendrá que sufrir a causa de mi nombre» (Hch 9,16). ¡Qué maravilla! El lobo cautivo es conducido hasta la oveja. El Cordero, que muere por las ovejas le enseña a no temer.