Yo creo que la característica especial de todos los santos, es que un día se encontraron con Jesús cara a cara y se dieron cuenta de que, ese encuentro era puro DON. Y que, para llegar a él era necesario desearlo fuertemente y pedirlo con asiduidad. Por eso, cuando la persona tiene un encuentro con Jesús ya no puede separarse de Él, ya no puede vivir lejos de su presencia; no puede priorizar nada por valioso que le parezca… Pues, las experiencias vividas a su lado, son irrepetibles. De ahí que, vivir con Jesús haga personas íntegras. ¿Me paro alguna vez a recordar, ese encuentro que tuve con Jesús y que, marcó mi vida?
Al lado de Jesús, se aprende a valorar la historia de Amor que tiene señalada para cada uno de nosotros y, en especial, para los que dejándolo todo, quieren hacerlo la referencia de su vida. Y es que, cuando somos capaces de acoger a Cristo en nuestra realidad, la vida experimenta un cambio de valores: lo que antes importaba tanto, parece que ahora no nos llena; aquella angustia, ya empieza a suavizarse; ese proyecto que nos inquietaba, lo vamos realizando ahora con la mayor tranquilidad; lo que perseguíamos, como algo relevante, deja de tener esa importancia para nosotros… Y… es entonces, cuando nuestra vida adquiere sentido. Ya que, con Jesús en ella, cualquier otra manera de vivir que nos brinden, carecerá de importancia.
¿Qué experiencias he tenido yo que, me hayan hecho ver este cambio en mi vida?
MURIENDO UN POCO CADA DÍA
Lo esencial en la vida de los Santos es, que ellos lo dieron todo por amor. Ellos supieron morir un poco cada día; iban dando retazos de su vida; supieron abrir el surco y dejar el grano en la tierra hasta que saliese transformado.
Por eso la Iglesia ha puesto juntas estas dos realidades que nos acompañan. La festividad de todos los Santos y la de los Fieles difuntos. Porque, entre los difuntos se encuentran esas personas sencillas que nunca se propusieron ser santas, pero que, como nos dice el Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica sobre la santidad, vivieron el estilo de las Bienaventuranzas como lo vivió Jesús y lo vivieron sin apenas planteárselo. Esta plasmado en Mateo 25, 35: “porque… tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me distéis de beber… Pero, ¿cuándo hicimos eso Señor…?” Pues queda claro que, ninguno reconoció al Señor al hacerlo.
- ¿Qué concepto tengo yo de la santidad?
- ¿Pienso alguna vez sobre ello?
LA SANTIDAD NO ES UN CONCEPTO
La santidad es algo de mucho calado, como para poder encasillarla en conceptos. Pues el que santifica es Dios. Nosotros, con esta mente corta y estrecha, pensamos que los santos se santificaron haciendo sacrificios, ayudando a los pobres, cuidando a los enfermos… pero, no es así. Los santos, se santificaron optando por Cristo y viviendo como Él. Porque no se puede optar por Cristo y rehuir el sacrificio, no se puede optar por Cristo y dejar de lado a los necesitados, no se puede optar por Cristo y abandonar a un enfermo… Todas estas actitudes, siempre saldrán de la esencia del que deja vivir a Cristo en su vida.
Cómo cambia todo esto el concepto de la santidad. Ni la santidad ni Dios se pueden comprar. Por eso, solamente, viviendo conectados a Él, podremos ofrecerlo en todos nuestros actos.
Y así nos lo deja reflejado S. Pablo en 2ª de Efesios “El don de Dios no viene de las obras, para que nadie pueda presumir”. De ahí que, quede realmente claro que:
Dios no nos salva por nuestras obras, aunque sean realmente buenas. Dios nos salvará cuando… de verdad , seamos, obra de Dios.
Julia Merodio Atance