La providencia es uno de los conceptos más importantes y relevantes de la concepción cristiana del mundo. “Llamamos divina Providencia las disposiciones por medio de las cuales Dios conduce la creación hacia esta perfección”, nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 302). Dios es solicito por el bien de lo que ha creado. El no crea para luego abandonar a su creatura. De modo especial los seres humanos gozan de un especial cuidado por parte de Dios. Jesús dijo a sus discípulos en el sermón de la montaña: “Buscad el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6, 33). Él los invita a abandonarse con confianza a este cuidado, añadiendo: “No os afanéis por el mañana, porque el mañana tendrá sus inquietudes. A cada día le es suficiente su afán” (Mt 6, 34).
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Reflexión sobre el Sagrado Corazón – P.Pedro Barrajón
Al menos tú, ámame
Uno de los mensajes más importantes de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús es el de la reparación de las ofensas infligidas a Su amor por nuestros pecados y por los pecados del mundo entero. Nuestra cultura se ha alejado de esta noción de reparación porque ha perdido el sentido del pecado y hemos perdido sensibilidad ante la noción de reparación. Se repara algo que se ha destruido: se repara una casa en ruinas, un aparato que no funciona, una relación humana que se ha deteriorado. Quien repara quiere reconstruir aquello que se ha dañado.
Retiro espiritual para jóvenes
Hemos venido a adorarlo
Queridos todos, feliz año nuevo! Os envío una pequeña reflexión! Afectísimo en Cristo, P. Pedro Barrajon, lc.
Hemos venido a adorarlo
La fiesta de la Epifanía del Señor es celebrada en algunos países como la fiesta en que se dan regalos a los niños, recordando los regalos, oro, incienso y mirra, que los magos de oriente trajeron al Niño Jesús. El Evangelio de San Mateo nos dice que cuando llegaron a Belén, a la casa donde estaba el Niño con su Madre, “postrándose le adoraron” (Mt 2, 11). Los magos de Oriente nos recuerdan un elemento esencial de la oración que para nosotros, hombres acostumbrados a una vida ajetreada, nos es particularmente difícil: la adoración. El Catecismo de la Iglesia Católica define la adoración como “la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador” (n. 2628). Entrar en verdadera oración es adorar, es verse creatura, mendigo del amor de Dios. Es una acción de verdad, de reconocer lo que se es ante quien es omnipotente. Hemos perdido la costumbre de adorar. Nuestras oraciones a veces son largas listas de peticiones a Dios. Y no es que esto esté mal, pero tiene que ir unido a esa actitud de los magos de oriente, de postrar el espíritu para reconocer la grandeza divina de frente a nuestra pequeñez.
Para adorar hay que saber guardar silencio, hay que saber contemplar y hay que saber ofrecer dones como hicieron los magos. El Evangelio de San Mateo no nos reporta palabras de estos misteriosos personajes, sino sólo el acto de postrarse ante el Niño recién nacido. Ellos pudieron descubrir la estrella que los guio hasta Jesús gracias a esa capacidad de silencio y de contemplación que les permitió descubrir la voluntad de Dios que los conduciría hasta Belén. Quien sabe adorar se convierte en hombre contemplativo. ¡Qué gran necesidad tenemos todos de favorecer la vida de contemplación en nuestra vida! ¡Cómo se echa de menos esa capacidad que permite sintonizar con el Señor y captar los latidos de su Corazón con naturalidad y facilidad!
“¡Contempladlo y quedaréis radiantes! (Sal 34, 6). El mundo de hoy necesita de rostros radiantes, de hombres y de mujeres que han contemplado a Dios, que lo han adorado y que se han ofrecido a Él en holocausto. Necesitamos nosotros mismos ser esos hombres y mujeres contemplativos para poder afrontar tantos problemas de la vida diaria que no requieren sólo de soluciones técnicas sino de esa sabiduría del corazón que da la contemplación.
Como los magos también nosotros podemos ofrecer en nuestra oración algún pequeño regalo: el oro de la caridad, el incienso de la esperanza y la mirra de la fe. Son dones que en realidad son precedentemente regalos de Dios a nosotros. Damos a Él lo que antes Él nos ha dado. Él nos ha dado la capacidad de amar: amémoslo con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todo nuestro ser. Eso es ser verdaderos contemplativos. Eso es adorar.
¡Venga tu Reino!
Queridos en Cristo, les envío una reflexión: santa y feliz fiesta de Cristo Rey. Afectísimo en Cristo, P. Pedro Barrajon, lc.
¡Venga tu Reino!
En el Evangelio de San Lucas se nos relata que los fariseos le preguntaron al Señor cuándo habría de llegar el Reino de Dios (Lc 17, 20). En la época de Jesús había una gran inquietud entre los judíos religiosos sobre el tiempo de la manifestación del Reino de Dios y de la llegada del Mesías. Por eso Jesús comienza su predicación proclamando: “El Reino de los cielos está ya cercano. Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15). La respuesta de Jesús a los fariseos es un poco enigmática. Les dice: “El Reino de Dios no vendrá con una manifestación aparatosa. Y podrán decir: ‘aquí está’ o ‘está allá’, porque el Reino de los cielos está entre vosotros” (Lc 17, 20-21). Esta respuesta de Jesús a la inquietud de los fariseos sobre cuándo y cómo llega el Reino de Dios, nos ayuda también a comprender cómo el Señor se nos manifiesta tanto en la Iglesia como a nuestro corazón en la oración.
También quisiéramos nosotros que hubiera una manifestación visible, aparatosa, emocional del Señor a nuestra alma en la oración o al mundo a través de grandes signos. Vamos buscando a veces eventos internos o externos llamativos, extraordinarios. Y sin embargo normalmente Dios no se manifiesta a las almas con esos signos, como no se manifestó a Elías en el monte Horeb ni en el fuego, ni en el terremoto ni en el viento impetuoso, sino en la brisa ligera de la tarde (1 Re 17, 12). En la oración, a veces árida, de todos los días, en las luchas cotidianas por ser fieles, por estar unidos al Señor por la gracia y vivir en caridad con nuestros hermanos ahí se manifiesta el Señor.
Jesús dice que el Reino de Dios está entre nosotros. Seguramente era una clara referencia a su propia persona en la que se manifiesta el Reino en todo su poder y esplendor. También hay otra traducción posible: “El Reino de Dios está dentro de vosotros”. San Agustín hablaba de un Maestro interior que enseña las grandes verdades dentro del alma y que en el interior del corazón habita la verdad. La oración es encontrar dentro a Cristo de nosotros, a Él que se presenta como Rey de nuestro corazón, como Aquél que profundamente anhela nuestro ser porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Él mora dentro del corazón del hombre por la gracia y por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. Él está ahí esperándonos en el tabernáculo de nuestra conciencia para revelarnos las verdades del Reino, para decirnos quién es Él, cuán grande es el amor que nos tiene y para decirnos también quiénes somos nosotros, cuál nuestra vocación y nuestro destino.
Cada vez que en el Padre Nuestro rezamos la invocación: “¡Venga tu Reino!” estamos pidiendo que este Reino de amor, de paz, de gracia y de verdad venga al mundo. Y cuánta necesidad tiene el mundo de este Reino. “Ven Señor al mundo, Tú que eres el Rey del universo. Ven, Señor, a mi corazón, tú que eres también su Rey y su dueño. Ejerce tu señorío de amor y bondad sobre mí para que yo pueda ser como Tú, para que pueda yo, con mi pobre vida y oración hacer que tu Reino se extienda en el mundo, en el corazón, en la sociedad, en las familias”.
El Reino de Dios está dentro de nosotros. El Señor, a través del Espíritu Santo, mora en nosotros. Y nosotros somos su templo. En el diálogo de cada día con el Señor en la oración nos vamos haciendo cada vez más semejantes a Él, nos vamos cristificando; nuestro corazón va siendo manso y humilde como el suyo, nuestra alma más pura, nuestro espíritu más pacífico y fuerte. Sin grandes manifestaciones su presencia nos transforma, nos llena del dinamismo del Espíritu Santo y nos transforma en apóstoles convencidos y valientes de Su Reino: “¡Cristo Rey nuestro! ¡Venga tu Reino!”.